Efectos psicosociales de la represión política (MARÍA DE LA OLIVA)
Dentro de las distintas secuelas psicológicas que provocan en los individuos
los actos represivos, podemos encontrar el aislamiento, la pérdida de regencia
de la identidad cotidiana; el quiebre de la identidad psicosocial; estados de
depresión; pánico; trastornos de personalidad; pérdida de la autoestima…
En este sentido, la represión tiene primeramente un efecto desestructurador
sobre la persona, sus actitudes, comportamientos…También puede debilitar la
capacidad de autogestión y autonomía, alterar las capacidades para relacionarse
con los demás, y trasformar el vínculo con el proyecto político por el cual fue
reprimido y las significaciones con las cuales se ha movido en el mundo.
La represión, unida a la impunidad, puede romper el vinculo del sujeto con
la realidad objetiva, al descontextualizar sus experiencias y dificultar la
interpretación casual de éstas. En cuanto al nivel familiar, la represión puede
llevar a una reestructuración y cambio de papeles, al igual que se produzca un
distanciamiento e incremento de tensiones y conflictos. También altera las
funciones de protección y contención emocional que cumple la familia con sus
integrantes. Todo esto puede provocar una desintegración de esta.
La Corporación de AVRE (Apoyo a Víctimas de Violencia Socio Política Pro- Recuperación
Emocional) afirma que la violencia sociopolítica, en la medida en que vulnera
los derechos fundamentales de la población, afecta a toda sociedad, puesto que
destruye las posibilidades de convivencia pacífica, promueve la intolerancia
ante la diversidad, dificulta el ejercicio de la democracia y fomenta la
impunidad.
En cuanto a lo colectivo, la implantación de un clima de miedo y
desconfianza, y la ruptura del tejido social, conlleva a la fragmentación de
las redes sociales de apoyo, lo que altera la interacción y las relaciones
interpersonales (entre familias, amigos…), y general una inestabilidad dentro
de las organizaciones.
Por lo mismo puede dañar la identidad y el sentido de pertenencia de las
personas, lo que conduce a una vulnerabilidad emocional y a un aislamiento con
respecto a las diferentes expresiones de su colectividad. Todo esto se une a
una desmoralización que acompaña la destrucción de liderazgos políticos y
espirituales, y a la perdida de los referentes políticos y sociales, lo que
genera una ruptura en los procesos de organización y comunitarios, y a la
alteración de las capacidades colectivas para encontrar soluciones alternativas
a este tipo de problemas.
Así mismo, también provoca la estigmatización y rechazo de la organización y
movilización social, lo cual ha servido para condicionar su capacidad
transformadora.